Esta historia se la voy a dedicar a Pivi, porque no puede faltar en uno de los capítulos de mi vida el que fue parte de nuestra familia y único varón a parte de mi señor padre: Nuestro perro OTTO.
Debo decir que por aquella época si me preguntaban por mi familia yo inexorablemente decía: “Tengo dos hermanas y un perro”. Y qué mala ostia tienen los perros pequeños!
También recuerdo con mucho cariño… no, no puedo mentir. Era este chucho el ser más chulo, mimado, asqueroso y odioso de la historia de los perros. De hecho, ahora mismo debe de estar en el cielo de los perros riéndose de mi, porque si, este cerdo se reía, en la medida en la que se pueden reír los chuchos.
Era esta preciosidad con pedigreé de color negro zaíno, patitas cortitas, pequeño, con la cola de unos diez centímetros… y GORDO, porque mira que el cabrón era GORDO. No he visto un perro más exquisito ni más mimado en toda mi vida! Para qué quiere uno tener pedigreé si luego tiene una panza que le arrastra por el suelo?!?
Bueno. La vida de este noble compañero era placentera a más no poder. Se levantaba por la mañana y le sacaban a la calle mi sufrido padre o Pivi, que ya tenían ganas de madrugar ya fuese invierno o verano para sacar al puñetero bicho a hacer pis a la calle.
Subía, se echaba la siesta, comía, le volvían a bajar, volvía a echarse la siesta, volvía a salir y así sucesivamente, hasta que a última hora de la noche el inmundo animalillo daba su último paseo y se acostaba.
Si, bien dije, porque la mierda del perro se “acostaba”, mal que le pese a mi madre, en nuestro diván.
Al principio, cada vez que se subía al sofá le regañábamos (unos más que otros) pero llegó un tiempo en el que no sólo no se le reñía, ya que no valía la pena, sino que mi madre tuvo que ponerle una toallita para que no durmiese directamente sobre la tapicería en la que luego individuos como yo nos echábamos la siesta o nos sentábamos a ver la tele. Nos rendimos, porque el muy espabilado esperaba a que apagásemos todas las luces de la casa y cuando ya no había nadie era cuando se subía a dormir al sofá, y allí pasaba toooooooda la noche. Si ibas a por agua o a por algo a la cocina oías inexorablemente el saltito del chucho bajándose del sillón, por lo que era muy difícil probar que había estado allí tumbado, pero si ponías la mano en su sitio estaba calentito. Llegó un momento en el que si te paseabas por el salón a media noche se limitaba a levantar la cabeza, seguirte con la mirada y poner una expresión como diciendo: “a ver si te vas de una puta vez a la cama, que me has despertado, imbécil”. Y el colmo ya era cuando esta sufridora se levantaba a las seis, porque no sé porqué mis neuronas empezaban a funcionar a esa hora, y me arrastraba hasta la cocina para ponerme un chute de cafeína. Para eso tenía que pasar por el salón, y en el salón estaba el indisciplinado bicho. En estos casos ni levantaba la cabeza. Abría un ojo, alzando la ceja y como diciendo… “Pero a dónde coño vas a estas horas, subnormal?”.
Al principio, cada vez que se subía al sofá le regañábamos (unos más que otros) pero llegó un tiempo en el que no sólo no se le reñía, ya que no valía la pena, sino que mi madre tuvo que ponerle una toallita para que no durmiese directamente sobre la tapicería en la que luego individuos como yo nos echábamos la siesta o nos sentábamos a ver la tele. Nos rendimos, porque el muy espabilado esperaba a que apagásemos todas las luces de la casa y cuando ya no había nadie era cuando se subía a dormir al sofá, y allí pasaba toooooooda la noche. Si ibas a por agua o a por algo a la cocina oías inexorablemente el saltito del chucho bajándose del sillón, por lo que era muy difícil probar que había estado allí tumbado, pero si ponías la mano en su sitio estaba calentito. Llegó un momento en el que si te paseabas por el salón a media noche se limitaba a levantar la cabeza, seguirte con la mirada y poner una expresión como diciendo: “a ver si te vas de una puta vez a la cama, que me has despertado, imbécil”. Y el colmo ya era cuando esta sufridora se levantaba a las seis, porque no sé porqué mis neuronas empezaban a funcionar a esa hora, y me arrastraba hasta la cocina para ponerme un chute de cafeína. Para eso tenía que pasar por el salón, y en el salón estaba el indisciplinado bicho. En estos casos ni levantaba la cabeza. Abría un ojo, alzando la ceja y como diciendo… “Pero a dónde coño vas a estas horas, subnormal?”.
Era tal el grado al que llegaba que muchas veces pasaba yo de puntillas para no despertarle! Será posible?
Y roncaba.
Y cómo roncaba!
No sé si es normal o no, porque gracias a Dios es el único chucho que hemos tenido, pero mi perro dormía boca arriba, con sus patillas dobladas y apoyando el costado en la pared. Y claro, en esa postura roncan hasta los insomnes y como el elemento en cuestión estaba tan gordo, pues roncaba “el jodío· como si se hubiese tragado un león.
Nunca me llevé bien con él. Creo que simplemente nos tolerábamos el uno al otro, aunque él era un desgraciado y tampoco se llevaba bien conmigo. Por aquella época recuerdo que yo dormía con la puerta entornada y como señalé antes me acostaba muy pronto y me levantaba muy temprano para estudiar. Con lo que me costaba despejarme y apagar la alarma del reloj, me sentaba como podía en el borde de la cama y al ir a echar pie a tierra… CHOF! La meada del bicho debajo justo de mi pie, mojado. “Odio” no describe el sentimiento que me invadía en tales circunstancias. Me daban ganas de levantar a mi hermana, dueña del chucho, y pedirle no sólo que limpiase mi suelo, sino mi pie! Juro que a veces hasta oía la risita de “Pulgoso”, no sé si os acordáis de él pero era un perro de dibujos animados que se reía como si estuviese asmático… también le llamaban "Teniente risitas".
En otra ocasión estaba ya yo terminando la carrera y para eso tenía que presentar un “Proyecto Fin de Carrera”. Por supuesto, el mío tenía veinte tomos, y lo presentaba dos días antes de que terminase el plazo. Parece mentira… bueno, pues así era! El caso es que siendo el día antes de la entrega tenía yo preparados todos mis tomitos, con las hojas perfectamente archivadas y muy bonitos. Bueno, pues me levanto el día en cuestión de la presentación… y todo perfecto, no me mojo al bajar… pero el desgraciado de animal se había meado en la caja que contenía los tomos del Proyecto! Entonces éramos en mi casa mis padres, mis dos hermanas y mi tía, por lo que al menos había cinco camas, por lo tanto veinte patas de cama, sólo cuatro de las cuales eran de mi cama y sólo una de las cuatro tenía amontonado mi Proyecto… y me vais a decir que en habiendo… una de entre veinte posibilidades de echar una meada justo escogió esa pata para hacerlo por pura casualidad? No, ni de coña! Me parece a mi que me quería tanto como yo a él.
Encima, por si tenía poco con mi sufrimiento, cuando se iban todos de vacaciones, lo cual pasó en varias ocasiones, y yo me quedaba en casa porque tenía que estudiar, les venía al pelo mi triste circunstancia, porque quién sacaba a la inmunda criatura a hacer sus necesidades a la calle era yo! Quien le daba de comer mientras estaban todos de vacaciones y yo castigada estudiando? Pues quién si no yo, triste, cuitada, que vivía en esa prisión… como dijo el poeta del “Romancero Viejo”.
Eso si, yo me vengaba como podía. Pegarle, no le pegaba aunque ganas no me faltasen, pero había una lámpara en el salón con unas hojas de cristal que si se chocaban, debían emitir una vibración terrible, porque se ponía a ladrar como un loco así que yo siempre que pasaba por el salón, le daba una palmadita a la lámpara…
Recuerdo igualmente que para comer, le encerraba en la entrada, porque me ponía yo mi platito con lo que fuese, me sentaba delante de la tele a comer y allá que se te plantaba el chucho muy quieto, mirándome fijamente y de tal forma que hasta me hacía sentirte culpable por estar comiendo y él muerto de hambre! Y así se te quedaba observando buscando que ya hasta las narices, le dieses algo. Y cuando se lo comía, pues volvía a empezar, motivo por el cual el echarle del salón quedaba ampliamente justificado.
Tuvo una vida plena y era tan vago el animal que hasta para cruzarle con una perrita hubo que inseminarla, porque el tío no era capaz. Enfermó de leishmaniasis, pero como con tres o cuatro años, no creáis, y vivió en tratamiento y perfectamente controlado hasta los doce años o más, a mi se me antoja larguíiiiiiiiiisimo. El día que se murió hasta lloramos en casa. Será posible?!?
Encima, ahora que nos hemos librado de él va el tipo y se encarna en el logo de AGATHA! Ahora está por todas partes!
Esta foto expresa a la perfección mi sentir por ti, perraco asqueroso! Descansa y déjanos en paz!
P.D.: Pivi, no me guardes rencor, no lo hacía a posta...
P.D.: Pivi, no me guardes rencor, no lo hacía a posta...
Ya entiendo lo tuyo con los perros
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