ADEMÁS DE ODIAR LA DIETA...

Pues aquí estoy de nuevo. Toda dispuesta a disminuir la cantidad de Leticia que hay en este universo... porque si lo consigo, con la cantidad de peso que tengo que perder, eso si que va a ser disminuir la masa corporal de casi un planeta.
Recién levantada, soñando con mi café con leche y mil cucharadas de azúcar... con galletas mojaditas... con galletas príncipe mojaditas... PUES NO! Una manzanita, y mi café con leche, con tres sacarinas. De fábula.
No sé ni cómo lo consigo, pero esquivo el azúcar que me llama desde el armarito, esquivo el coffe-mate, el azúcar avainillada... bueno, esta no. Me echo un poquito. Alguna alegría tiene que thaber al levantarse, no? Ay! cómo suenan mis galletitas. Qué buenas... Total, que llego al salón llorando, prácticamente. Me siento a repasar lo que ha sucedido por el mundo agarrada a mi mierda de café. Joder! Con lo buena que está el azúcar, cómo pueden consolarse con estas pastillitas asquerosas que tardan dos horas en deshacerse, y que ni son dulces, ni nada parecido... aquí estoy, levantando mi maltrecho ánimo, y dejo el café sobre la mesa. ÉSE ha sido mi error! De repente, como si hubiesen estado escondidos y esperando el momento exacto, que lo hacen SEGURO, surgen dos bracitos armados con sendas galletas. Y alucinad! Las mojan en mi café! En mi mierda de café! Sólo me puedo tomar esto, y los cabrones están mojando galletas en mi mierda de café! Alucino! Espero pacientemente, con las lágrimas cayendo por dentro de mis ojos de pura envidia, que terminen de mojar esas deliciosas galletas, que se ponen blanditas y tan buenas... y cuando las sacan, cojo con fuerza y mis dos manos MI taza. Joder! Beber pensando en las galletas hace que me sepa aún peor. Pero soy una buena mamá y mi amor infinito hace que vuelva a dejar la taza sobre la mesa. Pasa un ratito en el que Jaime sigue y sigue, qué tío, con el paquete de galletas. Lo hace a posta. Fijo. Dónde está Luisete? Ah! Cogiendo algo de la cocina... qué mono. Ya es mayor. Hasta se abastece por sí mismo. Trae un trocito del delicioso bollo de yogur que hicimos ayer por la tarde. Fundí una tableta entera de chocolate y lo rellené por el medio, como mi amiga Úrsula, que le quedó bueníiiisimo. Ay! Lo que daría yo por comerme el puto bollo! Arg! Pero si lo está mojando! Será posible!?! Si está mojando el bollo en mi café! Será posible? Y por si mi desgracia fuese poca, pasmaos, cuando saca el bollo de mi vaso... tengo menos de la mitad del café! Se lo ha llevado! No doy crédito! Será negra la suerte mía? Serán cabrones? FUERA! OS QUIERO A DOS METROS DE MI MIERDA DE CAFÉ!
Genial, ahora tengo dos niños que me miran alucinados (creo que es la primera vez que no comparto con ellos). Cómo se lo explico? Mamá os quiere muchísimo, pero es que estoy intentando perder un poco de peso, porque me he puesto muy gordita y no puedo correr bien, y por eso me tomo un café que engorda poquito... siguen flipados. QUE MO MOJÉIS NADA, HOMBRE!
Y así toto el día... hasta las galletas de porexpán, que no hay quien se las coma, perecen comida de conejos! Pues a Jaime le parecen patatitas... y me las quitan! Pero cómo es posible? En fin, repito, si no fuese por el amor de madre, gruñiría como un perro cada vez que se acercan a  mi comida de dieta!
Aperece mi marido por la puerta. "Pero cómo les dejas tomar café del tuyo? Pero si tiene sacarina y los niños no pueden tomar sacarina! Eres la pera!". Levanto mi cara, llena de lágrimas y le miro. Noto, de pronto, que en mi sien empieza a latir una venita... tac, tac, tac... y una vocecita que me insta a dar puñetazos...