Este verano, de vacaciones en la playa, decidimos enseñar a montar en bicicleta a Jaime (4 añitos).
Primero lo intentamos por las buenas, pues con esa edad nos parecía que le iba a resultar muy fácil retirar los ruedines, como nos sucedió con el hermano tres años antes.
El abuelo se lo llevó a una recta perfectamente asfaltada, muy poco transitada y llanita cercana a nuestra casa y procedió a transmitirle las reglas básicas del manejo de las bicicletas. "Jaime, a ver, aprender a montar en bicicleta es muy sencillo. Tienes que caerte diez veces, y listo. Entonces, y sólo entonces, sabrás montar en bici". El oráculo del abuelo que tan bien funcionó siempre...
Pero es que Jaime es el segundo, así que muy lejos de reaccionar como su hermano, que el pobre se dio siete castañazos y aún dice que como le faltan tres no sabe montar bien del todo, dijo con toda su infantil razón: "Mamá, ez que no quiero que me quitez loz ruedinez, no me quiero caer. Zi yo monto mu bien azí y zoy muy drápido!". Y es tal la clarividencia de lo que siente al respecto, que no le haces montar en una bicicleta sin ruedines ni por todos los Lacasitos del planeta. Impresionante su determinación (cabezonería).